Esta enfermedad se caracteriza por la acumulación de grasa en los hepatocitos en personas que beben poco o nada de alcohol y está estrechamente relacionado con trastornos metabólicos como obesidad, diabetes tipo 2, dislipidemia e hipertensión arterial.
En un 10-15% de casos, la enfermedad hepática metabólica evoluciona a fibrosis. El hígado graso se encuentra además entre los principales factores de riesgo para desarrollar una neoplasia en este órgano, lo que es a su vez la tercera causa de muerte por cáncer en los últimos años.
El hepatólogo Manuel Romero, presidente de la Asociación Española para el Estudio del Hígado (AEEH) y sus investigadores, llevan años avisando sobre una presencia cada vez mayor de la esteatosis metabólica que y advierte que ha adquirido dimensiones epidémicas, llegando a afectar a más del 30% de la población general y, si no se pone remedio, causará un consumo de recursos sanitarios difícil de afrontar.
El estudio recoge algunas evidencias como la aportada por el análisis de una cohorte estadounidense de 1997 a 2016, donde se observó que la esteatosis hepática metabólica en personas obesas eleva el riesgo de cirrosis y sus complicaciones; entre ellas, eventos cardiovasculares y tumores diferentes al hepático (sobre todo ginecológico y gastrointestinal). En la cara positiva, otro estudio mostró que perder un 10% de peso corporal en el contexto de un estilo de vida saludable se traduce en la regresión de la fibrosis en un estadio, en el 80% de casos, y en la desaparición de la esteatosis en todos ellos. “Nuestra principal conclusión es que la dieta es causa y solución de esta enfermedad: una alimentación basada en productos ultraprocesados, grasas saturadas y azúcares refinados aumenta el riesgo de desarrollarla”. Así, expone el caso clínico de una persona que en siete años pasó de tener un hígado casi normal a desarrollar fibrosis por una dieta demasiado grasa.
Entre los alimentos que claramente se asocian a daño hepático se encuentran:
- los ultraprocesados (hamburguesas, salchichas, patatas fritas y sus múltiples derivados, pan envasado)
- las grasas saturadas (sobre todo de origen animal)
- los azúcares refinados
- y las bebidas azucaradas.
Por el contrario, una dieta asociada a la prevención es la mediterránea, basada en el consumo de frutas, verduras, pescado, aceite de oliva (grasas monoinsaturadas). Otras recomendaciones preventivas son evitar el alcohol y tomar carne roja en la menor cantidad posible, recuerda Manuel Romero.
Las personas obesas tienen 3,5 veces más probabilidades de desarrollar esteatosis hepática metabólica, sobre todo porque ambas enfermedades comparten vías fisiopatológicas. No obstante, la hepatopatía también puede aparecer en individuos sin sobrepeso. “En personas delgadas la aparición de esta enfermedad se debe a una concatenación de factores, donde la dieta actúa como una espoleta”, apunta el hepatólogo. “Influye la genética, la microbiota, la edad (con ella, aumenta el riesgo) y el sexo (es más frecuente en hombres, pero más agresiva en mujeres después de la menopausia)”. En estos pacientes no es tan importante perder peso como evitar los productos asociados al riesgo (ultraprocesados, grasas saturadas, azúcares refinados y bebidas azucaradas). Por ello, hay que recomendarles que aumenten la actividad física y adopten una dieta saludable.
El Dr. Romero incide en que hay que abordar todos los aspectos así como los agentes e instituciones que tienen un papel en el control de la enfermedad. Las medidas incluyen la educación de la población –desde la infancia en casa y el colegio- y la formación a los profesionales, que han de integrarse en equipos multidisciplinares. Incluyen a los medios de comunicación y las redes sociales ya que pueden transmitir el mensaje positivo que fomente la adherencia a los hábitos saludables. Desde los gobiernos también existe la capacidad de acción, a través de impuestos a productos poco saludables, regular su reformulación para ofrezcan unas condiciones de salud mínimas y recurrir a etiquetados de advertencia y disuasorios. Pero todas esas medidas deben ser coordinadas. Hay experiencia en países donde se tasan las bebidas azucaradas y lo que ocurre es que aumentan las ventas de productos falsamente saludables. Por eso, es necesario coordinar bien este tipo de acciones, para tener claro qué queda fuera y qué no.